martes, 8 de febrero de 2011
Las palomas de la paz
Una crítica de Giovanni Di Pietro
Esta segunda novela de Mieses va a producir bastante roncha en mucha gente. En la superficie, se trata de la historia de un amor de adolescente que no se materializa; pero, lo que más impacta es la imagen de la Guerra de Abril que aparece en sus páginas.
Como todo el mundo sabe, esta guerra es un hito importante en la historia reciente dominicana. A tal punto que se ha hecho de ella una verdadera epopeya heroica, vista casi al mismo nivel que la gesta de la Independencia. Lo que ocurre es que Mieses se permite el lujo de cuestionar esa imagen hagiográfica y hacerlo de una forma demasiado fuerte para el agrado de ciertos sectores patrióticos, los cuales seguramente se van a sentir molestos y ofendidos.
Redimensionar este evento en la novelística nacional no es nada nuevo. Es un proceso que se ha ido registrando por bastante tiempo ya. Sus primeros rastros se encuentran en la novela de Guillermo Piña-Contreras, Fantasma de una lejana fantasía (1995). En esa novela, el autor cuestionaba la imagen heroica que se había creado del guerrillero constitucionalista. En vez de aparecer, como de costumbre, como una figura estreñida y sin tacha, el constitucionalista aparecía ahí con las mismas fallas de los demás hombres. Un ejemplo más reciente lo encontramos en la novela de Pedro Peix, El clan de los bólidos pesados (2010), donde el protagonista central es un constitucionalista sanguinario que termina primero como un “saltinpanky” y después como jefe del hampa dominicana en Nueva York. Este proceso es irreversible, pues, con el pasar del tiempo, cualquier evento tiende inevitablemente a ser visto de un modo más objetivo.
El protagonista central de la novela de Mieses es un adolescente. En los días que preceden a la Guerra de Abril, este adolescente trata de establecer una relación sentimental con una muchacha vecina, Elisa, de la cual está enamorado. La acompaña a la escuela por la mañana y toma libros prestados como excusa para que recambie sus sentimientos. Esto no es visto con buenos ojos por la madre de ella. Cuando estalla la revuelta, la turba del vecindario persigue a un militar, el capitán Carrasco, y el adolescente, por pura casualidad, se ve envuelto en el asunto, con el resultado que el capitán lo apunta con su arma. El temor se apodera de él, quien se sentirá cobarde. Nada habría pasado si Elisa no hubiera visto todo desde su casa y concluido en su mente lo que él mismo se reprocha desde el primer instante: que es cobarde. Esto es algo que lo marcará para siempre.
Mientras tanto, el Zurdo se elige a sí mismo como líder guerrillero en la comunidad. El adolescente se pregunta por qué. ¿Cuáles serían sus credenciales de mando? En su mente, sospecha que es por el hecho de que estuviera preso en la cárcel por un tiempo. El Zurdo organiza un comando, pero necesita una bandera. Sin saber por qué, él le entrega la bandera que su padre le había regalado en una fiesta patria.
Ya que su madre decide pasarse al otro lado, o sea, a esa parte de la ciudad que está siendo ocupada por las tropas interventoras, Elisa visita al adolescente para recoger los libros prestados, pero, en verdad, es para despedirse de él. En esta ocasión, logra besarla y hacer que se sienta en su cama con él. Todo marcha bien, hasta que empieza un bombardeo que regresa a Elisa a la realidad, dándose cuenta que su presunto novio demuestra cobardía otra vez ante este evento. Lo deja, diciéndole que no quiere verlo nunca más.
El Zurdo le entrega una vieja carabina, y, sin siquiera darse cuenta, el adolescente se ve involucrado en la pelea junto a los constitucionalistas. Peleará esencialmente sin saber por qué, arrastrado siempre por el miedo y no por ningún heroísmo. Entenderá lo sucio que es la guerra, como podemos observar cuando tiene que esconderse en el cementerio entre los cadáveres putrefactos de los guerrilleros asesinados. Al regresar a su casa, se encuentra nuevamente con Elisa, que ahora está lista para pasarse al otro lado. Elisa le dice que es una “buena persona”, pero no va más allá de eso. Y él, que quería explicarle su comportamiento, nunca lo logra, pues la madre le da una mirada fea y le dice a su hija que se apure para que salgan rápido del sector constitucionalista.
En este punto ocurre una terrible tragedia. Tomándolo por un soldado enemigo, el adolescente le dispara a Nicolás, su mejor amigo, y lo mata. Como resultado, el mismo día del funeral, sin ni siquiera estar consciente de lo que hace, cruza la zona divisoria de los dos sectores de la ciudad y se va también al otro lado. Con una fiebre encima, termina en casa de Beba, la ex esposa de su tío, quien lo cuida. Al reponerse, deambulando en la zona ocupada, ve a Elisa con unos soldados norteamericanos. Es una escena comprometedora. Un muchacho del vecindario, acercándose, le dice que esa es una puta. El choque que recibe de este suceso hace que le cuente todo a Beba y esa noche se acueste con ella. Sigue otro encuentro con Elisa, y ahora descubre que cambió. Ya es alguien que nunca lo amaría.
Tiempo después, cuando apenas termina la revuelta, Carrasco se encuentra con el adolescente. Lo acusa de ser comunista y trata de llevárselo preso como prisionero. Es algo que puede significar su muerte, y el adolescente trata de hablar con el capitán, de explicarle que no es así. Pero, al ver a Elisa en casa, hace el intento de dirigirse hacia su “visión salvadora”. A raíz de un gesto brusco que hace para zafarse de Carrasco y alcanzar a la muchacha, un francotirador le dispara. Cae al suelo, herido en la garganta. Como consecuencia, perderá el habla por el resto de su vida.
Esta es la trama. Sin embargo, la novela empieza hablando de la mujer de Lot que, al mirar hacia atrás, se convierte en una estatua de sal. El adolescente ya lleva cuarenta años viviendo en los Estados Unidos, Elisa está muerta, y él recibe una invitación para formar parte de una reunión de ex guerrilleros constitucionalistas en Santo Domingo. Regresará sin mucha convicción, consciente de que eso significa enfrentarse a sus fantasmas. La novela termina con los recuerdos del pasado que le producen un llanto profundo nunca antes experimentado. A esto le sigue la aparición de la imagen de Elisa que también llora.
La referencia a la mujer de Lot que mira hacia atrás es la clave para entender la novela. Regresando a Santo Domingo después de tantos años, el protagonista central se encuentra en la necesidad de rememorar todas las cosas del pasado. El pasado es alentador cuando se manipula y se pinta por lo que nunca fue. Como muchos, vive dentro de una imagen heroica de la Guerra de abril. Es por eso que recibe la invitación a la reunión. Sin embargo, en vez de fortalecer ese cuadro hagiográfico, el regreso hace que vuelva a su memoria lo que de verdad experimentó en esos lejanos días. Aparte del recuerdo de un amor imposible que se malogró, este regreso implica también el de su falta de valor ante Carrasco al inicio, la desaprobación de Elisa y todo lo que significó de poco edificante en la lucha. La Guerra de abril no fue lo que ahora se celebra, algo exacto en su sentido, sino un período de mucha confusión, una guerra civil en que ninguno de los dos bandos tenía el monopolio de la nobleza y los grandes ideales.
De ahí, pues, la confusión del mismo protagonista central ante los eventos que le tocó vivir. Cuando estalla la revuelta, él nunca entiende bien lo que está pasando. Se ve involucrado en la guerrilla por pura casualidad. Su casa se encuentra en el sector de los constitucionalistas, por ejemplo. El Zurdo, un pequeño criminal, de repente se elige a sí mismo como líder y empieza a dar órdenes a todo el mundo. Como todos los demás, él sigue estas órdenes automáticamente, aunque detrás de su cerebro se esconda la peregrina idea de las dudosas credenciales de este presunto jefe. Cuando el Zurdo habla de tener una bandera para el comando, ofrece la bandera que recibió de su padre como un mero reflejo y de ninguna manera por convicciones ideológicas. Después, el simple hecho de que el Zurdo le ponga en manos una vieja carabina hace que termine como miembro de la guerrilla. Pelea por miedo y por miedo matará a su mejor amigo. Entonces, ¿dónde está el heroísmo de la lucha constitucionalista que representaría? En esos días heroicos, no le interesaba la Guerra de abril. Tampoco le interesaban los ideales que presuntamente representaba. Lo único que quería era estar lo más cerca posible de Elisa, ganarse su amor.
Su regreso a Santo Domingo es, pues, un regreso a esta terrible realidad. El protagonista central no es ningún héroe; es sólo alguien que se vio involucrado en algo que a lo mejor nadie, en verdad, sabía exactamente lo que era. Hasta el momento, lejos de la patria, él no ha tenido que enfrentarse a los fantasmas de su pasado individual y colectivo. Por eso, este volver atrás, este mirar atrás al pasado, lo pone en la misma situación que la mujer de Lot. La verdad del pasado lo va a destruir como la columna de fuego destruye a ese personaje bíblico. No es buena idea volver la mirada atrás, o sea, regresar al pasado, pues eso conlleva enormes riesgos. Significa descubrir lo que sabemos, pero que estuvo escondido dentro de nosotros todo el tiempo porque nunca tuvimos la valentía de enfrentarlo y entenderlo en su justa dimensión. Entonces, el llanto del protagonista central al final de la novela es un doble llanto: por el amor imposible que nunca se concretizó, y por una realidad que vivió y que nunca fue así como se la pintó en los años.
Que la verdad acerca de la Guerra de abril no se sabe por completo y que se tergiversa constantemente, está ilustrado por el hecho de que, después de ser herido por el francotirador en la garganta, el protagonista central perderá su habla. Lo que significa que no puede decir lo que sabe. Con el tiempo, como todos los dominicanos, él también se acomoda a la imagen hagiográfica del pasado revolucionario. No en balde reside en los Estados Unidos, o sea, en el mismo país que había pisoteado a su patria. ¿Cuál fue el éxito de la Guerra de abril? La negación de las aspiraciones revolucionarias de la República Dominicana que, de ahí en adelante, entra definitivamente dentro de la esfera ideológica del país del norte. Por un lado, los dominicanos exaltarán su rebelión contra el Imperio; por el otro, nunca cuestionarán el tácito acomodo que encuentran en esa relación. Muchos vivirán de esa moral ambivalente, moral que, en la novela, está representada por Magali y Pacho, los amigos de Beba, locos porque se termine la revuelta y puedan disfrutar de las ventajas del presunto bienestar que resultaría de ello. Esto quiere decir quedarse mudos, como el protagonista central. Es sólo cuando éste regresa al país y se enfrenta a sus fantasmas que logra finalmente contar lo vivido. Y el resultado es la novela que estamos leyendo.
Que esto es así lo podemos deducir fácilmente de la dimensión simbólica de los mismos protagonistas de la novela. El protagonista central representa el pueblo; Elisa, el país. Un anticipo de lo que ocurrirá al terminar la Guerra de abril lo encontramos en esa escena en que el protagonista central descubre la relación de Elisa con los soldados norteamericanos. Cuando el otro muchacho se le acerca y le dice que ella es una puta, o sea, lo que está sucediendo con el país, que se está prostituyendo desde ya, pronto agrega una observación clave: que los norteamericanos se irán, pero que ellos dos, o sea, el pueblo, quedará. Es verdad que sí, pero ¿a qué costo? Un país que nunca será lo que se había proyectado a través de los ideales de la Revolución de abril, o sea, uno convertido en puta. (*Nota: No se molesten los dominicanos. Es que todos vivimos en países putas.) ¿De qué les servirá a ellos, o sea, al pueblo, ese país? Lo que viene es aceptable a personas como los amigos de Beba, sin ideales de qué hablar; de ningún modo lo es a personas que se respeten y que tienen sentimientos de dignidad y nobleza. Ya el país representado en la inocencia de Elisa está por terminar, como la misma inocencia de la muchacha termina cuando empieza a vender sus atractivos a los invasores. De ahí en adelante, la Guerra de abril habrá sido en vano. La vieja patria se vendió, y el mismo pueblo, al no tener jóvenes con claros ideales que lo defienda, también se venderá. Simbólicamente, esto lo encontramos en los cuarenta años que el protagonista central lleva viviendo en los Estados Unidos, el país de los invasores.
¿Cuál es el sentido de este discurso? Que en todo este tiempo no se ha sabido la cruda verdad sobre la Guerra de abril, de cómo muchas veces lo que se hizo nada tenía que ver con claros y nobles ideales patrios, sino que se debía a puras circunstancias (el protagonista central) o a meros intereses espurios (el Zurdo). Además, que los dominicanos han falsificado muchos aspectos de ese evento histórico, elaborando una imagen completamente hagiográfica que manipulan desde hace tiempo para justificar un sistema que se reputa democrático, pero que de verdadera democracia tiene poco o nada. Pese a la Guerra de abril, a la sangre que se vertió, las cosas siguieron como antes, en el estatus quo vigente hasta hoy. Porque, ¿qué ha sido del país después de ese evento? Primero los gobiernos represivos de Balaguer y después, cuando llegaron al poder los partidos presuntamente herederos de esa epopeya revolucionaria, nada más siguieron en lo mismo. Muchos de los viejos guerrilleros constitucionalistas, como el protagonista central, paradójicamente se trasladaron a los Estados Unidos; otros hicieron carrera dentro del sistema político establecido, y esto siempre sacando a colación sus “grandes méritos” como combatientes, los cuales, como en el caso del protagonista central, muy a menudo eran bastante dudosos. Fueron pocos, demasiado pocos, los que tuvieron un sentido de los valores genuinos de esa gesta y se quedaron valientemente apegados a ellos.
La Guerra de abril, ese importante evento histórico, fue algo de mucho alcance, pero también de matices bastante ambiguos, por lo que sucedió de verdad y por los resultados a que llevó. Antes, no era posible hacer esta aserción. O sea, no era posible ver objetivamente ese acontecimiento y aprender de él cosas que no estuvieran fuera de su imagen hagiográfica. Se dice que el tiempo sana todas las heridas; por eso, tuvo que transcurrir mucho tiempo para que una imagen más o menos objetiva pudiera salir de la guerra de abril. La realidad es siempre una mezcla de luz y de sombras. Las sombras, en muchas ocasiones, no son nada bonitas. Sin embargo, cuando de veras se quiere progresar, es imprescindible tomarlas en consideración. Y es lo que ocurre en ésta y otras novelas que, como la de Piña-Contreras, han tratado de hacerlo.
Ahora bien, en todo esto hay que tener claro un detalle, y es que no se puede eliminar una imagen hagiográfica para simplemente reemplazarla con otra totalmente negativa. Todos los pueblos necesitan de mitos para mantener sus esperanzas en vida. Eliminar los mitos en pos de presentar una imagen presuntamente realista de las cosas, no necesariamente conlleva un progreso. Por eso, aunque sea loable lo que Mieses hace en esta novela al tratar de “desmitologizar” la Guerra de abril, también hay que considerar los problemas que se presentan en el tejido social del país al hacerlo. Ver en el Zurdo la figura emblemática de ese evento histórico a secas es poco recomendable, si no se pone en su lugar algo positivo. Igual con las dudas y vacilaciones del protagonista central.
Es una verdad incuestionable que un mito puede ser reemplazado sólo por otro mito. Esto es así porque, como la mujer de Lot, los hombres no pueden mirar la verdad monda y lironda sin acabar consigo mismos al mismo tiempo. Todos los pueblos necesitan de mitos para seguir adelante, y el dominicano no es ninguna excepción. ¿Qué fue la vida del protagonista central tras desmoronarse el mito de Elisa? ¿Qué sería de los dominicanos si pronto desapareciera el mito de la epopeya de la Guerra de abril?
Un último punto. En un escrito de Mieses en “Areíto”, donde habla de su novela, él nos dice que Las palomas de la guerra “no es” una novela acerca de la Guerra de abril. Pone hincapié en sus primeras páginas, las que tratan del evento bíblico relacionado con la mujer de Lot, y de ahí deduce toda una manera de ver la obra que encontramos bastante nebulosa. No nos oponemos a ver la novela de la misma forma en que quiere verla el autor. Pero tenemos que estar conscientes de algo que es o debería ser una norma inflexible en la crítica literaria, y es esto: que una cosa es pensar lo que es una novela y otra, muchas veces bien distinta, cómo esa misma novela aparece en la lectura. Un autor puede pensar que está diciendo algo, mientras en verdad puede estar diciendo otra cosa y hasta lo opuesto de lo que cree.
Una novela que se publica, o cualquier libro, es como un hijo: hay que dejarlo que tome su propio camino, enfrentarse a todos los peligros de la vida para que logre madurar correctamente. Pero muchas veces el escritor tiene la tendencia a querer defender a su obra de esos peligros, tratando de dirigir, desde su presunta superioridad interpretativa como autor, el camino que va a tomar. Pese a lo que Mieses sostiene, y respetando cabalmente su punto de vista, cualquier lectura mínimamente cuidadosa nos dice que su novela es una novela que trata de la Guerra de abril. Que al mismo tiempo contenga la historia de un amor de adolescente que no se materializa, y que esto Mieses lo relacione con la mujer de Lot en el Génesis, es asunto de interpretación. Como él tiene su lectura de la novela, también el lector tiene su propia lectura. Ambas lecturas pueden muy bien ser válidas.
En efecto, diríamos que, de tener falla la novela, ésta se encuentra exactamente en la poco clara relación que existe entre esa historia de la mujer de Lot al inicio y lo que viene después. Es obvio que se está hablando del pasado y lo problemático que es enfrentarse al pasado. La mujer de Lot, en este sentido, es convertida en una estatua de sal porque quiere quedarse anclada a su pasado, cuando debería mirar hacia delante, a su futuro. El protagonista central, por el contrario, no quiere mirar hacia el pasado, pues, al igual que con la mujer de Lot, significa enfrentarse a sus fantasmas y destruir a sí mismo. Además, él no tiene futuro. Lo que tiene es sólo una plácida existencia en el presente que no quiere perder. Esta posible falla, que seguro Mieses dirá que no es existe y sacará muchos argumentos para probarlo, se encuentra también en su primera novela, El día de todos, que, como ésta, empieza de una forma que no se entiende claramente y después termina en algo que tiene poco que ver con lo que se ha dicho. De nuevo, lo que un novelista piensa que escribió y lo que aparece en blanco y negro en las páginas que estamos leyendo pueden fácilmente ser dos cosas completamente distintas.
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