Por Manuel Mora Serrano
Creo que el mejor regalo que ha recibido la literatura dominicana en este otoño y en muchos años, ha sido la novela de Juan Carlos Mieses ‘Las palomas de la guerra’ (Editorial Santuario, impresora Búho, septiembre 2010, 135 pp).Se trata de un texto breve, aunque denso, que se lee con regocijo por varias razones que trataré de explicar con pocas palabras.
Técnicamente es una estructura narrativa bien lograda; el lenguaje, tratándose de un poeta importante como él, ganador de galardones nacionales e internacionales es preciso y a veces precioso, sin caer en el barroquismo; los personajes están perfectamente delineados.
No es una narración lineal, sino que, como aconteció con su texto novelesco anterior, ‘El día de todos’, juega con los planos temporales, aunque ahora logra, como es lógico, una mayor lucidez y maestría.
Juan Carlos no es un literato empírico como somos la mayoría, sino que es egresado de la Universidad Le Mirail de Toulouse, Francia, en licenciatura en letras modernas. Sin duda alguna, disciplina a la que hace honor en esta novela que comentamos.
Pero el hecho de que sea, como es, un dechado técnico, no le daría a estas ‘palomas guerreras’ la categoría que le damos; es que se trata, a pesar de su brevedad, de un texto complejo, mechado de referencias culturales, que sin embargo no entorpecen la fluidez de lo contado.
Por momentos nos olvidamos que leemos prosa y nos dejamos arrebatar por el lirismo. Juan Carlos divide su narración en cinco capítulos, encabezados por un epígrafe. El primero, ‘Dies Iræ’ (el autor disfruta títulos en latín si recordamos otros libros suyos: ‘Urbi et Orbi’, ‘Flagelum Dei’, ‘Gaia’ y ‘Dulce et decorum’), trae del Viejo Testamento a Génesis XIX, sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra, que él leyó la noche de la presentación el 3 de noviembre en APEC. El segundo, el más extenso y la columna vertebral del cuerpo narrativo, ‘Detrás del Aire’ trae una cita de Máximo Avilés Blonda, que es un campanazo para que recordemos a uno de nuestros poetas esenciales. Ahora lo que escuchamos es el himno del Catorce de Junio, las letras del poema de Vinicio Echavarría y la música de Héctor Jiménez, y el agonista principal que frente a la estatua de Montesinos y en medio de los recuerdos evoca a su amor de juventud, que ya ha muerto.
Entre este hombre que regresa y aquél que fue, aquel que como tantos tuvo que irse, va a suceder su enfrentamiento con el pasado para salvarse del olvido, incluso de la absurda revuelta que da tema a la obra.
Entonces en la tercera parte están “Las palomas de la guerra” volando con versos de Rubén Darío. ‘Juventud, divino tesoro…’
A través del texto, ningún referente más hermoso para hablarnos del amor que refugiarse bajo la sombrilla mágica de los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda que se convierten en un estribillo recurrente, que es la forma de resucitar a Elisa Santillán. Lo vamos a acompañar en sus nostalgias a lo largo de toda la pesadilla nacional que fue Abril.
Realmente podríamos decir que estamos ante una novela cinematográfica. El punto de vista del narrador no es apocalíptico. De eso nada. Sencillamente su personaje se vio envuelto en medio de los tiroteos, en el puente Duarte y en la ‘Operación Limpieza’ como una marioneta del destino.
Este punto de vista me recordó la famosa polémica puramente retórica en principio, de quién lo hizo mejor al narrar la batalla de Waterloo, si Víctor Hugo en ‘Los Miserables’ o Stendhal en ‘La Cartuja de Parma’. Siempre se ha hablado de la maestría de Stendhal que estuvo en el campo de batalla y que narra las errancias propias de una lucha a campo abierto, aunque la epopeya de Hugo, con la famosa frase de Cambronne, ha conmovido a generaciones y ha creado escuela, prefiero la de Stendhal y, en consecuencia, la de Juan Carlos.
Aparte del himno y las referencias heroicas a la llamada ‘Raza Inmortal’, no hay retórica en la narración de los hechos. Incluso, la guerra, aunque terrible, sucia y cruel como todas las guerras, tenía sus oasis y las chicas preferían a los soldados invasores olvidando a la patria y a la Constitución por la que se luchaba. Las dos últimas partes ‘Blue Rondo a la Turk’ y ‘Una canción desesperada’ tienen epígrafes de Italo Calvino y de Jacques Brel, nos muestran a los héroes anónimos, a las víctimas inocentes, a los atrapados en la lucha, quisieran o no, arrastrados por el remolino de la acción.
Es una narración hermosa, trágica como fue aquella cosa que narra, escrita con una técnica depurada a base de flashbacks, con imágenes efectivas, sin recargar el lenguaje. En fin, una pequeña obra maestra que recomendamos, en especial a los jóvenes que desean aprender a redactar una buena novela corta.
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